lunes, 23 de mayo de 2011

El día en que los ojos color caramelo regresaron

Tuve la suerte de conocer sus ojos color caramelo hace meses. Era octubre y bebíamos ron. El mismo licor que celebraría tiempo después nuestra despedida. Yo había caído en su mismo grupo de casualidad; estaban ella, su hermana, tres amigos y una amiga. La conocía solo en las versiones y comentarios de nuestros conocidos en común. Siempre había escuchado su nombre que no parece nombre, y que vivía en Estados Unidos, y que era muy bonita. Todo aquello resulto ser verdad. Tan verdadero como su cabello largo. Tan cierto como su sonrisa. Tan exacto como su voz. A pesar de no haber visto nunca una foto suya, yo conocía su rostro. Semanas después, en el cumpleaños de una amiga me enteraría que la mujer pintada en un mural de una avenida perdida de Breña era ella. Cuando venía del Callao me quedaba viendo esa pintura. Siempre creí que aquel dibujo era un homenaje sub urbano a una chica muerta, por algunos detalles como el carro estrellandose contra una pared. Me tenía cautivado, detenía mis lecturas en el ómnibus para contemplarla. La noche en que me enteré que se trataba de ella, sonreí y me dije a mí mismo que todo tenía sentido.

Nunca le dije algunas cosas. Y tontamente, creyendo que sería mejor le dediqué una canción de Calamaro. Descubrí que tenía algo en los ojos que no era de este mundo. Un color, un fondo de sus iris o el contorno de sus parpados. La sentencia de su felicidad inconclusa. Nunca la miré como una mujer, me engañaba y sonreía cuando me hablaban de ella. Siempre fue la amiga que vino y que pronto se iría. Y así fue. Si se quedó más tiempo del debido fue porque no quería irse. Nunca le he preguntado, pero imagino que debe ser difícil extrañar.

La penúltima noche que pude ver sus ojos caramelo, escuchamos esa canción de Calamaro. Pasamos un buen momento, nos emborrachamos con el ron que ella había comprado y sentí el sabor de su tristeza. Le dije que a veces yo también... hablo de la nostalgia. A la semana siguiente nos despedimos en la puerta de un bar de Barranco, la abarcé fuerte, guardé todos sus secretos y le dije que nos volveríamos a ver. Su avión partió el lunes muy temprano, cuando yo estaba barriendo la calle. Nunca le conté mis mejores historias ni le hablé de lo que siempre quise aprender. No le hablé de la razón ni le regalé una flor. Cerré los ojos, la imaginé lejos, cruzando el oceáno y si no se me escapó un adiós es porque al mirar el cielo la imaginé diciendo "hola, ya regresé".

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